289 Te veo mala cara, Gon, es que llevo unos días con un constipado
de aupa, tendrás que cuidarte, en eso ando Alba, ¿traes la tarea?, ahí la he
dejado, pues nada hijo, ya me ocuparé yo…
UNA PARADA OBLIGATORIA (2)
.../...Viene de Una parada obligatoria (1)
O bien con dirección a:
Córdoba
Alejandra
subió como pudo los quince escalones que le separaban de la puerta de
su casa, metió la llave en la cerradura, y al entrar se encontró a su
hijo con los pies en lo alto de la mesa – botines incluidos -, con los
cascos en las orejas, y la tele a toda pastilla, mientras de la cocina
salía un ligero tufillo como a quemado. Tiró la mochila al suelo, dio un
grito, y corrió lo que sus escasas fuerzas le permitieron hasta
encontrar el origen de aquel extraño olor: de la sandwichera caían
gruesas gotas de queso fundido que al contacto con el exterior de la
misma producían una costra negra, dura y olorosa.
—¡¡Augusto, que es esto!!
Augusto
cuando vio la figura de su madre puesta en jarras en la puerta de la
cocina, se le aflojaron los calzoncillos. Se quitó los cascos, derramó
con los nervios la coca cola que se estaba tomando, y le subieron los
colores a la cara tal como si le hubiesen introducido un hierro candente
en el interior de su cuerpo. Se quedó sin reacción posible ante tamaña
sorpresa. Por fortuna para él y el resto de los vecinos del bloque, que a
esa hora disfrutaban con los reportajes futbolísticos de la sexta, sonó
el teléfono y Alejandra se marchó a la salita para cogerlo. Augusto
reaccionó como un rayo, y mientras su madre hablaba, pasó la fregona por
el suelo del salón, le quitó volumen a la tele y se metió en la cocina
limpiando con desafuero toda cuanta mancha quedaba al alcance de sus
ojos. Engulló como pudo el resquemado sandwis, y puso el extractor para
que los humos se disipasen lo más rápidamente posible. Cogió del mueble
escobero un dispensador con olor a limones del Caribe, y lo esparció por
donde pudo antes que su madre apareciera de nuevo en escena.
—Desde
luego Augusto que no sé lo que voy a hacer contigo. ¿Es que no te voy a
poder dejar solo nunca? ¿Nunca te vas a hacer mayor?
—Perdona mamá, es que me he descuidado...
—¡Te
has descuidado, te has descuidado! Un descuido así nos puede dejar sin
casa. ¿Y cómo tengo que decirte que no pongas los pies en la mesa? Y...
—Ya lo sé, procuraré corregirme, te lo prometo... ¡Ah! Te llamó hace un rato tu amiga Isabel.
—¡Claro
que me llamó! Acabo de hablar con ella, pero no me cambies de
conversación, que al final siempre te sales con la tuya. ¿Tú sabes el
trabajo que me cuesta a mí tener la casa medio decente? ¿Ahora que hago
contigo? ¡Dime! ¿Qué hago?
—Yo que sé, mamá. Castígame. Déjame sin
paga esta semana o mándame a buscar tabaco, ¿qué sé yo? Disculpa no
pretendía molestarte.
—Anda, vete al quiosco a traerme un Fortuna,
que voy a llamar a Concha y no quiero tenerte delante, que soy capaz de
darte un guantazo, que es lo que te mereces. ¡Inmaduro!. Que es lo que
eres.
—Gilipollas, dilo claro.
—No me provoques. Anda, vete a lo que te he dicho.
Y llamó a Concha.
Cuando
Matías abrió la puerta de su casa, notó que algo les había ocurrido a
sus hijas, porque se encontraban las dos más serias de lo normal, y la
pequeña Silvia ni siquiera se levantó del sofá para acudir a saludarlo,
como hacía en otras ocasiones. Preguntó si pasaba algo pero ninguna de
las dos dijeron nada. Dejó los enseres en su habitación y luego pasó al
cuarto de baño, para darse una relajante ducha que le devolviese a la
realidad del día a día. Su hija mayor había estado cocinando y como
además era la hora, se dispusieron los tres a dar buena cuenta, de lo
que se hallaba encima de la mesa. La tele ofrecía el noticiario, pero
nadie le prestaba atención. La pequeña tardó poco en terminar y a
continuación se fue a su habitación, momento que aprovechó el padre para
ver si se enteraba de algo más:
—Nieves, noto a tu hermana extraña, ¿le pasa algo?
—Lo de siempre papá, ha tenido un mal día – contestó Nieves -.
—¿A que llamas tener un mal día?
—Ya sabes...Se acuerda de mamá y...
—¡Vaya!,
pero ella sabe que la semana próxima la llevaré para que la vea. Tendré
que hablarle a ver si la calmo o al menos la consuelo.
—No te preocupes, ya se le pasará.
El
padre se levantó de la mesa y fue a buscar a la menor de sus hijas para
sentarse con ella en la cama, y tratar de participar del mismo juego
que la tenía entretenida en ese momento. Poco a poco consiguió que le
contase algunas cosas, hasta que en un momento determinado, Silvia no
pudo aguantar más y se arrojó a los brazos de su padre, llorando
desconsoladamente. Matías aguantó como pudo el tipo, enjugó sus
lágrimas, tragó saliva y fue convenciéndola para que se olvidase de su
madre. Por un instante todo era silencio alrededor de los dos cuerpos
que permanecían abrazados, tratando de encontrar el sosiego necesario
para terminar la tarde del domingo. Silvia fue asimilando las palabras
de su padre hasta terminar de creérselas, y mostrarse dispuesta a volver
al salón comedor, donde se encontraba su hermana viendo la tele.
.../...Continúa en Una parada obligatoria (3)