viernes, 1 de abril de 2022

Vía Verde de Coripe

 

Domingo, 1 de Marzo de 1998

Iniciamos el camino en un punto intermedio de los 32 km disponibles de esta singular ruta: Manolo y Pablo Carballido, Alejandro Bayón y Antonio Gil, además de Esther y Pepe Rodríguez.
Lo primero que hacemos al llegar a la estación de Coripe es adentrarnos en un túnel de cerca de 1 km de longitud dónde no se veía ni por asomo la luz del final del mismo. Falló la linterna que llevaba Antonio Gil para estos casos y tuvimos que correr delante de los focos de un coche, que en la lejanía seguía nuestros pasos.
Fue la primera sorpresa desagradable del día, porque pensábamos justificadamente que aquello estaba concebido para las personas y no para los vehículos. Nos obstante pronto se nos pasó el disgusto porque el paisaje que comenzábamos a disfrutar bien merecía el viaje.
El camino era cómo al estar asentado por una vía de tren, que nunca llegó a funcionar en su totalidad; transcurría a media ladera, encontrándonos abajo con un sinuoso río con abundante arboleda.

Atravesamos un par de túneles más cortos que el anterior y con un sistema de iluminación mediante sensores de apagado-encendido. Toda una modernidad que contracta con la poca vigilancia y el poco respeto con la vía verde. Llegamos hasta un cruce de caminos con aparcamientos para bicicletas y mapas aclaratorios de la situación en la que uno se encuentra.

A la hora de comer bajamos a la orilla del río y andurreamos un poco ribera arriba para entretenernos con la diversidad de huellas que los animales se encargan de diseminar por la arena y el barro. Las aves, como de costumbre, nos permiten experimentar con los prismáticos y no paran de ofrecernos posibilidades de observación.

Al llegar de vuelta al túnel del kilómetro vemos un sendero señalizado para pasos de caballos, el cual decidimos seguir para salvar la montaña, aunque lo que conseguimos es llegar a un callejón sin salida, en forma de vegetación insalvable, que nos obliga a regresar sobre nuestros pasos y volver a atravesar el larguísimo túnel a oscuras.

Al final otra vez el río Guadalporcún visto desde lo alto del puente, y la presencia de buitres leonados que nos da pie para descubrir el Peñón de Zaframagón; los algarrobos y los palmitos ponen la nota arbustiva dominante.

En definitiva una jornada soleada, que nos hace descubrir un excelente lugar para utilizar la bicicleta, y por desgracia una vez más el abandono de los organismos implicados, que permiten de forma casi escandalosa la presencia de vehículos a motor por el trayecto.

2 comentarios:

¿Y ahora qué? ¿No me vas a decir nada?