domingo, 14 de agosto de 2022

A aquella encina

  

A aquella encina que desperezó

sus ramas en el horizonte,

la saluda cada mañana

el rocío a ritmo de tango.

Yo quise desdoblar mis brazos

y el cielo se tornó rojizo;

silenciaron los tordos

de tu tejado.

Ya no transito la vereda

que se dirige a tu consola

ni sé el lugar de la cocina

donde dormita la pasta italiana.

Roncas trompetas presagian

como látigos malheridos

el llanto de esa encina,

la fístula sangrante al aire

inspira un fandango a capela

y una tórtola trae

una hoja morada en el pico

—de aquel ciruelo que plantamos—

aunque mi ventana refleje

el mismo endrino de tus horas,

aunque borbotee tu sangre

a impulsos de mi corazón,

una teja me impide

tocar el añil de las nubes.

 

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