Así comienza esta historia, que se puede encontrar completa en el libro Bajo la luz de mi plaza
A la sombra del ficus descansan los hilvanadores de palabras. Ellos representan la última corriente que emerge dentro de la Casa de las Palabras. Han salido a desayunar y de paso fumarse un cigarro en el lugar donde nadie los mira con cara extraña. Dos varones y dos hembras, de mediana edad, de los cuales tan sólo fuma una mínima parte.
⸺Si los editores aceptaran todo cuanto les llega, el lenguaje sería indescifrable, no habría diccionario que lo admitiera ⸺dice Pedro.
⸺Para eso estamos los negros, para pulir ⸺dice Gregorio.
⸺Pero a los académicos les interesa que se les entienda, que el mensaje llegue a todos los ámbitos de la sociedad, no sólo a las altas esferas ⸺dice Ángeles.
⸺¡Compañeros no desvariemos! ⸺corta Miriam⸺ no se que tiene ese puñetero edificio, que cuando salimos de él se nos suben los humos a la cabeza de una manera increíble. Somos capaces de coger a un transeúnte por el cuello y obligarle a recitar sin descanso las siete partidas. No somos más que trabajadores, no lo olvidéis.
⸺Tienes razón Miriam ⸺asiente Pedro.
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