Un rayo que ilumina
si el aguacero persiste,
un requiebro fortuito
que incide prudente en la dermis
como soleá trasnochada.
Así es él.
Emergió entre los libros
y conquistó la silla destinada
a iluminar tu cara
y remansar mis procelosas aguas.
Por aquella calle perdía
donde rechinan tus tacones,
se oye la prima oscilar
divulgando un largo silencio
con sabor a túnica roja
y a cordillera transalpina.
Por momentos te veo caminar
—entrelazadas las cinturas—
pisando hojas de alerce
y un cuchicheo entre los labios.
como bulería flamenca.
Quiero crearme un halo
que aísle mi torpe estancia
de vil Fausto sobre la Tierra.
mas eres tú, es tu cuadriga
y no la mía
la que atraviesa los espacios
entre artefactos de viento.
Vuelvo al verso fiero de la alegría
y a las tórridas lomas,
a la pringosa jara
y a la minúscula pantalla
donde el icono de un sobre impreso
ostenta tu
remite.

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