Como si las estrellas
aquella madrugada
tiñeran de negro su resplandor
surgió tu canto,
sosegado presagio
en las falanges del pianista.
No hay respiro ni pausa alguna
para lamer las llagas.
El vehículo de la limpieza
con parpadeos en naranja
pulimenta los adoquines
como los dientes de Charlot
en la llegada de tiempos modernos.
Tu hercúlea simetría
quedó subordinada,
cual carruaje de cola
a los designios de Orión.
Por eso no lloras sal
cuando evocas el parto
sino agua ennegrecida
por los lamentos del Estrecho.
Ahora somos tres
como las pléyades celestes,
seductoras del hombre,
embaucadoras del destino;
tres hitos en el tiempo,
tres dimensiones en el plano
a los acordes de trompeta;
aunque mendiguemos umbrales
y pantallas de plasma
sobre verdes campos de fútbol,
llegará el día
que no habrá cielo que distraiga
un gorjeo de ruiseñor
evidenciando tu existencia.

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