Veintitrés soles revoloteaban
alrededor de tu sien
cuando divisé tus ojos,
intoxicado de palabras.
No sé si fue un cantor
que arriesgó su alma
o un náufrago en alta mar
sin gaviotas que le den sombra.
Ese instante existía,
figuraba escrito en los muros
con espráis multicolores.
Sonaron tus respuestas
como una pluma caída
de la alcoba del verdecillo.
El peluchegorila registraba
cada uno de los gestos;
yo no sé si hubo gatos,
si en el patio llovía
ni donde andarán
los amigos de ayer,
que anunciaba la radio.
Apenas rememoro el gesto
de tus manos entretenidas
con los botones del pijama,
pero sé que estuve contigo,
que afirmé mi lección

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