Río Ésera,
quedé prendido a tu orilla
aquel atardecer bravío
que desprendido de horas
me cautivó tu silueta,
fui cabalgando contigo
por un escalectrix pétreo
con sones de música cubana.
Tú enigmático y orgulloso
repetías sin parar
un castañeo de dientes
que allá
en la inmensidad del vacío
formaba un quejumbroso eco
como de vidas cobradas
al profanar tus dominios.
Yo fui generoso siervo
desde aquel preciso instante
en que amoldé mis caderas
al capricho de tu música,
quise encontrarme tu cuna
—Aneto de blanco
copete—
y me vi envuelto en las vísceras
de una espumosa fiera,
mi tiempo ahora es tu tiempo,
mi verso una gota de tinta
que se transforma al mirarla
en un monema compuesto
de tres sílabas ancestrales.
No quiero coger mi barca
sin
regar
un día mis cabellos
con la eterna bendición
de una gota
de tus aguas.
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