jueves, 24 de diciembre de 2009

Alicia Peña (1)


142 Gon, que te lo pases muy bien esta noche, ¡Gracias Alba!, y a todos los que de vez en cuando nos hacen alguna que otra visita, lo mismo digo, ¿y al jefe?, déjate de tonterías y cuelga ya el relato:


ALICIA PEÑA (1)

La oficina huele a cerrado, a pesar de que cada día a las ocho se abre la puerta de entrada y hay una ventana que comunica con el patio exterior. La fueron a hacer en un pasillo abandonado del edificio, en la planta baja. Hay poca luz por lo que la dependencia del neón se hace inexcusable, si se quiere leer los papeles correspondientes a la jornada, o acertar con los números del teléfono situado encima de la mesa. Allí se limpia poco, porque al estar tan alejada del grueso de dependencias del edificio nadie se acuerda de ella ni de las quejas de sus inquilinos, así que de vez en cuando se espolvorea un poco de líquido ambientador con olor a fruta madura, y a tachar otro día del almanaque. Parece mentira, pero el espacio está tan bien aprovechado, que es imposible pensar que allí conviven tres personas sin que lleguen nunca a tropezar una con otra.

Aunque para empezar a situarnos debemos decir, convivían, porque desde un veinte de julio la situación cambió tanto, que la oficina entró a formar parte de lo que por aquel edificio se conoce como “dominios de la monja”, de la cual todo el mundo hablaba y nadie la había visto. Los más viejos el lugar cuentan que en otros tiempos el solar estuvo ocupado por una congregación religiosa, que por mano del destino y de la Administración pública tuvieron que abandonar ese espacio, donde en la actualidad se levanta un moderno edificio inteligente, aunque se ve que no lo suficiente como para poder detectar las andanzas de esta singular hermana. Se conoce que no se fueron de allí totalmente satisfechas y quedó la estela de este misterioso personaje, que en la actualidad marca el devenir del edificio y en particular de esa insignificante oficina olvidada en lo que antaño fuera un callejón cualquiera. Como digo convivían tres personas, cada una de ellas con su mesa correspondiente y enfrascadas en la batalla diaria con los papeles, pero luego de aquel veinte de julio, comenzaron a suceder hechos extraños que llamaron la atención de esta minúscula oficina. Uno de los componentes del trío, dejó de ocupar su mesa habitual y nunca más se supo de él; no se sabe si fue trasladado, sufrió de algún tipo de accidente o se jubiló de forma anticipada. Sus dos compañeros comenzaron a echarlo de menos, notaban que no asistía al trabajo y dejaron de percibir el olor a tabaco, que delataba bien a las claras que no entraba en la oficina. Sea porque entró en vigor la ley antitabaco, que no permitía fumar en el interior de las oficinas o porque coincidió con una racha de papeleo que nublaba la vista, lo cierto es que pasaron los días y el trío pasó a convertirse definitivamente en un dúo. El jefe pasaba de vez en cuando por la puerta, se asomaba a la ventana, veía los ordenadores encendidos y sin decir ni media palabra continuaba su camino, para coger el ascensor inteligente, que le iba contando mientras ascendía las últimas novedades concernientes a su departamento, amén de darle también los últimos cotilleos del Real Betis que para eso lo tenía programado desde su pentium personal, con el salvapantallas del estadio Manuel Ruiz de Lopera. Todo un detalle para alguien que tenía los minutos contados, y que se sabía era uno de los motores de la empresa.

La monja, fiel a su destino, comenzó pronto a dejarse sentir por las cuatro paredes de aquel rincón: no se sabe como, pero la mesa que un día fuera abandonada presentaba siempre el mismo aspecto, en ella no aparecían telarañas ni más motas de polvo que las habituales, ni incrementó el número de manchas, ni se notaba nada especial salvo pequeños detalles como el del ordenador, el sonido del teléfono, que aunque nadie lo cogía, sonaba cada día y hasta había veces que se parecía escuchar el clic de haber colgado. Pero ¿quién se iba a fijar es esos detalles? El ritmo de trabajo no daba para tanto chismorreo y el dúo permanecía tieso en sus sillas correspondientes ensimismado con sus respectivas tareas. Habían oído hablar – en el rato del café – de otra aparición de la monja por la planta quinta del edificio inteligente, que un poco más y acaba con la vida del pobre vigilante, que alertado por los empleados acudió a ver que sucedía con la máquina de los refrescos pues según ellos la monja estaba cogiendo provisiones para toda la congregación; se ve que se le rompió alguna lata, manchó el pasillo y cuando el pobre hombre llegó de prisa y corriendo, porque esta vez si que la pescaba con las manos en la masa, ¡zas!, dio con sus huesos en las duras losas del suelo, llevándose un porrazo en la cabeza como para acordarse de la congregación entera incluida la madre superiora. Sus compañeros en los monitores centrales del edificio, no daban crédito a lo que éste les contó cuando se recuperó porque lo que es verla, verla, no la habían visto y los empleados preferían meter la nariz dentro de la pantalla del ordenador, antes que asomarse a ver que pasaba.

Allí se estaba para trabajar no para esas tonterías que decían los demás que pasaban por el edificio. Así que el dúo de la oficinita de la planta baja no iba a ser menos y estaban para lo que estaban. Cuando eran tres y como la puerta de entrada era semitransparente, siempre tenían que estar atentos para no darse un trastazo, con la figura que se perfilaba al otro lado; así que había una regla no escrita según la cual tenía preferencia la figura a la que no se le distinguían las dos manos por encima de los hombros y en continuo movimiento; ahora que son dos no han podido abandonar la regla, porque más de una vez se han encontrado con la figura al otro lado de la puerta moviendo las manos, estando ellos dos en el mismo sitio; se han mirado, se han encogido levemente de hombros y han continuado con su trabajo.

.../...Continúa en Alicia Peña (2)


3 comentarios:

  1. No hay nada más inquietante que esa "normalidad" y ese encogimiento de hombros ante lo sobrenatural.
    Gran efecto.

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  2. Y ahora me toca acostarme muerta de miedo pensando en esa silueta tras la puerta.
    Besos.
    A N. más.

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