sábado, 9 de enero de 2010

Alicia Peña (2)


145 Se acabaron las Fiestas, Gon, ya era hora Alba que estoy que no me cabe nada, si es que eres un glotón, anda, pon ya la segunda parte de Alicia, que ya casi ni nos acordamos de la primera...


ALICIA PEÑA (2)

.../...Viene de Alicia Peña (1)

Hasta aquel veinte de julio había ligeras noticias de las andanzas de la monja, pero muy de tarde en tarde y repartidas por todo el edificio, fue a partir de esa fecha cuando se multiplicó su actividad y comenzaron a ponérsele los pelos tiesos a más de uno. En la oficinita del dúo se estropeó un ordenador y había que seguir pasando los datos día a día para que el mundo continuase girando, por lo que se hacía necesario utilizar la mesa que un día ocupase el tercer componente del trío – el ausente -. El asunto parece simple, pero lo cierto es que cuando alguno de ellos se disponía a cumplimentar esa función, les resultaba materialmente imposible sentarse en la silla que ocupaba esa mesa; daban vueltas alrededor de ella, lo intentaban de forma delicada, brusca, de improviso, a la de tres y ... no había narices de permanecer sentado; terminaban en el suelo por lo general o aburridos en la mayoría de las ocasiones. Pensaron en llamar al servicio de mantenimiento pero ¿para qué? Si no venían a limpiar el polvo, iban a venir para un asunto así, además ¿cómo lo explicarían? Lo mejor era apañarse con los dos ordenadores restantes, que ya pasaría el de la ibeeme dándose una vueltecita rutinaria y que él diese el cante de la silla. Otra solución lógica era quitar esa silla y poner una de las suyas, que si se dejaban montar, pero aquí tropezaban con otro inconveniente: ni tirando los dos al mismo tiempo conseguían mover el maldito, asiento que parecía fundido a las losetas del suelo. Un día, uno de los dos compañeros tenía poca hambre y decidió saltarse la media hora de desayuno, y como estaba sólo y por tanto no haría el ridículo se fue con toda decisión a la mesa, cogió la silla, le dio dos patadas y salió despedida por los aires como si fuera un trasto cualquiera ( por un instante se quedó sin saber que hacer). A continuación la recogió, se sentó en ella y se puso a trabajar en el ordenador como si tal cosa. Completó su tarea, y ya que estaba allí comenzó a curiosear por otros programas y al llegar al del antiguo inquilino de la mesa, se llevó la sorpresa del día cuando comprobó que no se hallaba detenido su trabajo en el veinte de julio, estaba actualizado como si el compañero ausente no hubiese faltado ni un solo día. Aquello era demasiado gordo para andar pregonándolo, por lo que decidió guardar silencio y meterse en sus asuntos y no en el de los demás, pero desde ese momento la figura de la monja quedó grabada en su cabeza. Lo que sucedió con la silla no tenía explicación humana posible, la silueta de la puerta tampoco, y encima aquel rincón de la oficinita funciona como si el ausente estuviese sentado tras la mesa. No sabía el tiempo que sus nervios aguantarían sin explotar pero de momento decidió seguir la vida normal, sin meterse en más hondura; su compañero tampoco ayudaba demasiado, posiblemente por la misma razón que él, porque habría vivido alguna situación que le tendría sumido en el mutismo.

Pero los hechos en el resto del edificio confirmaban cada vez más a las claras, que la hermana estaba dispuesta a mantener en vilo a todo el mundo y de vez en cuando se escuchaba el relato de alguna de sus andanzas . Como la mayoría tenía relación directa con los servicios de seguridad, eran estos quienes peor estaban llevando el asunto. El episodio de la máquina de los refrescos se quedó en pañales ante un nuevo hecho acaecido en esta ocasión en la planta segunda, donde se encontraban dos pintores cumpliendo con su trabajo sobre media mañana: uno de ellos – el más joven – se asoma de repente detrás de una mesa que habían puesto en el pasillo y le dice al otro que estaba en un andamio:

—¿Has visto lo que hay aquí detrás de la mesa?

El del andamio suelta la brocha en el cubo y gira el cuello para mirar. El joven al sentirse observado se coloca detrás de la mesa y con toda la agilidad de la que es capaz, comienza a realizar un ejercicio de piernas flexionadas y tronco recto de tal manera que desde la perspectiva del de la brocha, aquella persona estaba descendiendo una escalera. Por poco se le salen los ojos de las orbitas cuando finalmente ve desaparecer la cabeza de su compañero detrás de la mesa. De reflejos algo lentos, tardó lo suyo en bajar del andamio y acercarse a ver que había sucedido, porque cuando movieron la mesa entre los dos, aquel espacio estaba tan liso como el resto del pasillo y el edificio era lo menos parecido que uno pueda imaginarse a un castillo con cámaras secretas o algo por el estilo. Cuando se asomó con todo cuidado a la parte de atrás de la mesa y descubrió la figura de su compañero agazapado como un conejo, la emprendió a gorrazos con él mientras el otro era un estallido de risa en estado puro. Aquella escena había sido seguida desde el primer momento por los encargados de turno de la sala de monitores, y el pataleo que formaron al ver el desenlace final, fue una clara muestra de lo bien que se lo pasaron ante aquella pequeña obra cómica. Lo cierto es que no duró demasiado el jolgorio puesto que al estar todos pendientes de los pintores, pudieron comprobar también como de espaldas a éstos, un plástico de considerables dimensiones destinado a tapar los muebles, estaba moviéndose hacia arriba desde el suelo donde se encontraba, y cada vez presentaba signos más evidentes de ir tomando forma humana, como si se tratase de una gran carpa que cubriera a una persona de singulares proporciones. Ninguno de los dos pintores se dieron cuenta de este movimiento por lo que el servicio de vigilancia se puso manos a la obra, y se dirigió hacia esa segunda planta a toda leche, porque aquello tenía toda la pinta de ser otra actuación de la monja. Los monitores quedaron inservibles porque el plástico lo cubría todo y no dejaba ver nada con nitidez, así que los dos servidores del orden, comunicados directamente con un tercero a las pantallas, fueron puestos al corriente en todo momento de cual era la situación. Corrieron todo lo que pudieron sin saber qué se iban a encontrar, pero preparados mentalmente para afrontar cualquier situación; porra en mano irrumpieron en el pasillo desde el ascensor y al llegar a la altura de los pintores, se encontraron a éstos sentados en la base del andamio con los pelos alborotados y la mirada perdida, manchados de pintura por todas partes y sin responder a las llamadas de atención que les estaban haciendo. Fue necesario avisar a los servicios médicos para que los trabajadores recobrasen la conciencia de lo que pasaba a su alrededor, aunque de momento el pasillo se quedase a medio pintar y los hechos por esclarecer, porque ninguno de los dos tenía el más mínimo interés en volver a hablar del asunto.

.../...Continúa en Alicia Peña (3)


3 comentarios:

¿Y ahora qué? ¿No me vas a decir nada?