197 Y la última
AQUELLA NOCHE (Y 4)
— ¿Y algo más? -cortó el hombre.
— ¡Déjalo que siga! -riñó la hermana.
— ¡Si claro! Y algo más. Mucho más, nunca creí que se pudiese pasar tan bien con una mujer. Y es curioso que dos personas que se conocían desde hace tiempo, que nos hemos visto en tantas situaciones distintas, y que nunca nos habíamos cruzado dos palabras íntimas, nos encontrásemos en poco tiempo follando como si nos conociésemos de toda la vida -continuó el amigo.
— ¡Claro! Si eso es lo que yo digo. ¿Para qué tanta historia? Tiene que ser algo más directo, menos embrollado -dijo el hombre.
— ¡Que no hermanito! Que yo no me voy a la cama con cualquiera, ni aún en este caso se trata de un aquí te pillo aquí te mato. Ellos dos se conocían de hace tiempo, había algo en sus mentes que no se había llevado a efecto porque no se daban las circunstancias. Aquel momento de fin de año, con las copas y la fiesta fue el detonante ¿O no? -dijo la hermana.
—Pienso que sí, en este caso tienes razón. No es por llevar la contraria a tu hermano, aunque yo también sea un hombre. No era la primera vez que yo había pensado meterle mano a esa mujer y es posible que ella también lo hubiese pensado, lo que pasa es que hay que guardar las formas y a veces nos tomamos las ganas con el café (como dice la Torroja ). Lo cierto es que aquella madrugada me encontré con el descubrimiento del clímax o como queramos llamarle -dijo el amigo-. Recordar la imagen de esa criatura a cuatro patas y yo de rodillas, detrás de ella, dejándome allí hasta la última gota de sudor mientras le sujetaba con mis manos esas fantásticas nalgas, es que se me pone la carne de gallina.
—Ya veo por donde van las cosas. Yo os tengo que contar ahora, y espero que todos me entendáis, cual fue mi momento culminante hasta ahora, porque siempre hay que mantener la puerta abierta a situaciones mejores, nunca se puede decir que no hay nada mejor. Se sabe mucho sobre el sexo, se ha estudiado desde tiempos inmemorables y cada cual se pone los límites que quiere o puede, pero yo nunca descarto la posibilidad de encontrarme en circunstancias nunca antes vividas. A lo que iba: hubo un momento en que un grupo de amigos decidimos indagar algo más sobre las relaciones sexuales y pusimos en práctica una experiencia que habría de servirnos para nuestro devenir profesional. Jugamos, por así decirlo, a hacer de putas y putones y tratar de meternos en la piel de quienes se ganan la vida de aquella forma -dijo la profesional.
—Experiencia peligrosa -cortó la hermana.
—Bastante peligrosa, diría yo, pero lo teníamos muy claro, tanto es así que no contentos con esa primera prueba que practicamos entre nosotros, decidimos infiltrarnos en el mundo real de la prostitución...
— ¡Ge! -exclamó el amigo.
—Aquello fue sopesado seriamente, sabiendo cada cual lo que nos iba en el empeño y por supuesto no existe ninguna grabación ni nada por el estilo que nos pudiese comprometer. Queríamos vivirlo, aunque fuera dentro de un ámbito de estudio. Si os lo cuento yo ahora, es porque mi vida la tengo más que resuelta, mis prejuicios sociales y sexuales más que superados y además los demás están en el anonimato, y jamás se me ocurriría dar la mínima pista al respecto.
—Lo entendemos -dijo el hombre.
—Tampoco es que estuviésemos demasiado tiempo con el experimento, tan sólo el que cada cual consideró oportuno para no salir dañado ni correr el más mínimo riesgo. Nos autoevaluábamos para evitar caer en la trampa y pasado ese periodo, todos salimos y reiniciamos nuestra vida de forma normal. Como es lógico hablo por mí y os cuento todo esto para que podáis entender el marco y el momento en el cual yo me encontré más que a gusto. Como veréis no soy una mujer fácil a la hora de conseguir unas relaciones sexuales adecuadas. Si antes os hablé del morbo de los cuernos, ahora la historia es mucho más compleja y fijaros que yo no monté todo aquello para satisfacer mis instintos, se trataba de un experimento profesional, pero fue ahí, bajo ese prisma como me hallé con lo que nunca hubiese imaginado: con un polvo que nunca conseguí superar. Tal vez fuese porque pretendía saber tanto que me volqué; quise ponerme en situaciones de fría, indiferente, caliente, rompedora, ¡yo que sé! Lo cierto es que un buen día me llevé la sorpresa de mi vida y apareció por la habitación en la que me trabajaba el oficio, una persona con la que había estado saliendo y con la que nunca había conseguido tener un orgasmo. Pero tanto él como yo habíamos evolucionado tanto que aquello resultó grandioso. Como ya nos conocíamos quedaba al margen otras connotaciones y nos comportamos como si llevásemos viéndonos toda la vida. Me llamaron la atención los dos lunares de su pene a los que nunca había dedicado tanto tiempo y me resultó gracioso el comentario que hizo nada más comenzar a sobarme bajo la falda: Creo que es la primera vez que me recibes sin bragas. Sus manos querían abarcarlo todo y el contacto de sus labios despertó en mí una pasión inusitada. Con que ganas le mordí la boca y con que ansias recibía las acometidas que me lanzaba; perdí la noción del tiempo y hasta que no llamaron a la puerta, no regresé se ese submundo de placer en el que me había sumergido.
—No está mal -dijo el hombre.
—Está superior -dijo la hermana.
—Creo que mejor será que vayamos pensando en otra cosa, porque a mi se me están acabando las pilas y de un momento a otro puedo empezar a decir tonterías -dijo el amigo.
—Si, podemos dar por finalizado este encuentro, esperando que a todos nos haya servido de algo exprimirnos un poco -contestó la profesional.
Por la ventana se veían las primeras luces del alba, llovía. Los dos hermanos y la profesional se despedían del amigo que había tenido la amabilidad de ejercer de anfitrión. Ahora apretaba con ganas el agua pero ya se encontraban los tres tan decididos a marcharse que no les importaba llegar empapados a sus casas.
Relaciones sexuales plenas: concepto que desgrava a Hacienda.
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