martes, 19 de junio de 2012

Diecimedia (1)


302 Antes que nada un beso enorme para Trini y Vero, ¿y a mí?, no seas celoso Gon, a ti te tengo todos los días pegado a mi solapa, ¡ah!, espero que al jefe le guste el híbrido que vamos a presentar, no se yo, no seas pesimista, Gon, ya verás como sí…

DIECIMEDIA (1)

Había escrito en un folio en blanco, ilustrado por su parte trasera con un dibujo infantil de una casa:

Siempre encuentro en mi memoria

Luego sacó un caramelo con sabor a menta y envoltura de la Caja San Fernando, y se lo introdujo en la boca, dispuesto a que le durase cuanto más tiempo mejor, pero una mosca que estaba empeñada en hacerle compañía, distrajo su mente al verla evolucionar sobre el mantel de la mesa: se frotaba las patitas con tanto gusto, que le daban ganas de tocarse con una varita mágica, y hacerse del tamaño del insecto para imitar sus movimientos, pero de inmediato se acordó de la película... “La mosca”... y le entraron unas nauseas tremendas, cogió el periódico y lanzó un tremendo golpe disuasorio, porque de sobra sabía lo difícil que era cazar una mosca, por muy ensimismada que estuviese frotándose sus sextos delanteros. Trató de concentrarse en lo que había escrito dedicándose a contar métricamente el verso, pero de nuevo apareció la mosca posándose en su mano izquierda. “¿Será la misma? – pensó -. ¿Por qué no se dedicarán los naturalistas a marcar moscas? Así sería más fácil salir de dudas. ¿Pero que digo? A veces creo que deliro.” Se dio un manotazo sobre el dorso de la mano y siguió midiendo el verso: “otro verso octosílabo, no sé como me las apaño que siempre me sale así. ¿Lo dejo o intento el endecasílabo?” Aquí tropezaba siempre Mario con la misma premisa. “A mí me gusta como me ha salido, ahora tengo que echar mano de la máquina de pulir, y ahí empieza mi calvario. Tengo que usar la cabeza donde manda el corazón. Creo que voy a seguir la técnica de siempre, que no es otra que la mía propia, al fin y al cabo soy consciente de que no escribo para pasar a la posteridad, sino para expresar un sentimiento que llevo dentro. Gusta hacerlo bonito – que duda cabe -, y teniendo en cuenta determinados principios, pero poco más. El genio que llevo dentro se ve que no anda por la labor, y en los momentos difíciles me deja más tirado que un trasto.” Los dos siguientes versos, decían:
-  a veces nada busco –
sabor a cucharilla y azúcar
El inconsciente, esa tremenda caja negra que todos portamos como una mochila, está siempre dispuesto a prestar la ayuda que haga falta. Mario se concentraba en esos primeros versos que habían salido de su pluma, y a continuación llegaban los demás hasta completar el sentido de lo que pretendía decir. Eso sí, en lenguaje poético. Su larga trayectoria como escritor le había enseñado mucho, y sabía que tenía que exprimir  bien sus cinco sentidos para que no fueran banales sus palabras. Mario escribía con el corazón en la mano, y procuraba rodearse de todo cuanto le fuese necesario para tener la concentración necesaria. No confiaba demasiado en el golpe de inspiración, que le obligase a dejarlo todo para ponerse a escribir. Su forma de trabajar era más racional, tenía sus horas preferidas – eso si -, pero si pasaba un tiempo y no conseguía articular un par de versos en condiciones, terminaba por abandonarlo todo hasta el siguiente día en que lo intentaría de nuevo. Hacia calor, ese calor que obligaba a permanecer a la sombra, sin camisa, en pantalones cortos y con un vaso de agua al alcance de la mano para no derretirse. La cueva – como él llamaba a su rincón favorito – le proporcionaba el frescor necesario para sobrevivir a la escritura y a las ansias de expresarse, y sólo allí se atrevía a hacerlo. Aquel rincón del patio le daba la tranquilidad suficiente, para concentrarse en su tarea y olvidarse de otros asuntos más terrenales, más duros de sobrellevar.
en una mañana de invierno.
Mario no  llevaba bien el verano – ese larguísimo verano del Sur -, que a veces comenzaba en Abril y no terminaba hasta Noviembre; empezaba a creerse el cacareado cambio climático. Siendo como era de suelos asolados, habiendo mamado horas y horas de sol implacable, ¿cómo es que ahora no era capaz de soportar los rigores de la tierra que lo vio nacer? Algo pasaba, y se negaba a cargar la culpa a la edad, que no perdona. Su porte, su físico no era para que le pudiese afectar tanto la inclemencia del Sol... Algo pasaba. Por eso le gustaba el invierno, y tal vez compusiese sus mejores versos bajo la influencia de esa estación, pero nunca se paró a comprobarlo, ni le merecía la pena, ni tenía tiempo para ello. Lo importante era seguir en disposición de emborronar papeles buscando la composición imposible, esa que le pudiese dejar con la satisfacción de haber parido algo sublime, algo que le catapultase al estrellato.
Son las diecimedia en punto,
hora de alimentar el alma

3 comentarios:

  1. Por alusiones: gracias por ese beso :)

    Esperaré la siguiente entrega.
    No es difícil reflejarse en este texto, Arruillo, todos los que escribimos nos vemos en el.
    Me gusta.
    No tardes.

    Besos!!!

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  2. "La cueva" está bien como lugar para escribir, pero eso de mirar las moscas te hace salir de cualquier texto.

    El verano es como esa mosca que entretiene e impide escribir. Unas veces es el calor o el sopor o el cansancio...En fin, que ya llegará el otoño:)

    Abrazos

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  3. Tus relatos tienen el sabor al arte de tus letras e imaginación, gracias por compartir, y esperaré su continuación.

    Un beso.

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¿Y ahora qué? ¿No me vas a decir nada?