viernes, 21 de septiembre de 2012

De ida y vuelta (2)

311 Fíjate si va bien lo de Palabra que se nos estuvieron por aquí gente como Alfredo, Martha y Antonia María, que se sepa Alba, eso, que se sepa, también estuvieron Stella y Trini, bueno Alba pero ellas son habituales, pero ¿habrá que agradecérselo, no?, si claro, en fin Gon ¿tienes ya la segunda parte de tu relato?, la tengo, pues ¿a qué esperas?...

DE IDA Y VUELTA (2)

                                                                       II


Eran amigos desde hacia veinte años y por aquello del destino y del cupón de los viernes, se vieron un día los dos juntos en la Avenida 9 de Julio de la capital bonaerense. Ella, que toda su vida había sido una mujer de su casa dedicada a su madre, y con una gran pasión por las novelas de aventuras, nunca pudo pensar que llegaría el momento de verse en un país extranjero, donde nadie la conocía, dispuesta a comerse el mundo. Él, que se había pensado hasta el último momento la conveniencia o no de realizar ese arriesgado viaje, ahora estaba disfrutando con todo lo que tenía a su alrededor: aquella amplia avenida jamás imaginada, con tantos carriles en ambos sentidos y aquellos edificios tan enormes, tan modernos, nunca pensó que fuese a encontrar tanta diferencia arquitectónica con la ciudad de la que provenían. Lo cierto es que casi no se lo pensaron cuando se enteraron de que habían sido agraciados, con aquel pellizco que les proporcionó el vendedor de la ONCE. Por supuesto que se lo agradecieron infinitamente, amén de darle la propina pertinente, que nunca se puede ser desagradecido con las cosas caídas del cielo. Julia pensaba que aquello había sido un milagro del señor, que aunque ella le pedía a diario por la salvación del alma de su madre, no podía pensar que le iba a dar esa muestra de agradecimiento colocándola en la mismísima Avenida 9 de Julio, que ella conocía de la tele y las revistas. La amistad les venía de cuando Armando estaba casado, porque Julia era íntima amiga de Mari Pepa, la que fuera mujer de Armando y claro no era cosa de romper una amistad que les venía desde niñas porque Mari Pepa se hubiese casado, así que salían los tres muy a menudo, se visitaban, se pasaban las horas colgados al teléfono y más o menos cada uno sabía de la vida del otro, porque siempre estaban preocupados por todo lo que les rodeaba a cada una de ellos. En medio de aquella inmensa Avenida, recordaron ahora los malos tragos pasados durante el vuelo, porque digan lo que digan, es un mal trago: Julia se pasó todo el tiempo tratando de convencerse a sí misma de que aquello no tenía remedio, que allí no había marcha atrás y que el avión por mucho que ella quisiese iba a llegar a su destino y Armando, forofo del cine, no se perdió detalle de cada una de las películas que le fueron poniendo, a pesar de aquel rabino que se empeñó en llamar su atención buena parte del trayecto. El rabino tenía tantas cosas que hacer que disponía de tres habitáculos diferentes de donde iba sacando distintos tipos de maletas para llevar el atuendo necesario a la hora pertinente. Para mayor inri, también tenía que atender a dos niñas pequeñas que continuamente demandaban alguna necesidad. Para Armando aquello era todo un reto de concentración: resultaba en extremo difícil llevar el argumento de la película, no perder detalle de las intenciones del rabino y al mismo tiempo procurar que su compañera, no se despertarse con algún movimiento – por otra parte necesario – de sus brazos o piernas. Ahora lo recordaban entre risas mientras saboreaban un matecito cómodamente sentadas en un bar desde el que se veía el imponente obelisco, orgullo del pueblo argentino. Los dos se habían acordado de Mari Pepa en el transcurso del viaje, porque durante muchos años estas situaciones las habían vivido juntos, y ahora se encontraban por primera vez sin que ella estuviese por medio. Con lo exagerada que era, que bien se lo hubiese pasado con las azafatas, las idas y venidas del rabino, el trajín de las largas esperas, en fin todas aquellas cosas de las que se reía con esa gracia que tan poca gente es capaz de manifestar. Julia, en algún momento llegó a temer que aquel rabino tan predispuesto, sacase una pistola y les obligase a todos los presentes a tirarse al suelo o algo por el estilo, aunque luego le confesaría a Armando que no sabría decir a ciencia cierta si lo pensó o lo había soñado. Ella lo que lamentaba era no encontrarse del todo a gusto, porque tenía síntomas claros de añorar su tierra, de saberse lejos de su casa y encontrarse maniatada con la lejanía del viaje de vuelta. Armando no la entendía bien, pero trataba de restarle importancia al asunto, convenciéndola que donde iba a estar mejor que en un lugar en el que siempre había querido ir, sin la responsabilidad de su madre, - ¡que en gloria esté!, con la cercanía de estar con ella a través de su fe, y sabiendo que en él tenía a la persona adecuada para hacerle pasar unos días inolvidables. Paseaban por las calles queriendo llevarse impreso en la retina todos los detalles ¡tantas cosas distintas! Aquel solitario policía parapetado en una esquina a la espera que le viniese el relevo, los maxikioscos donde Armando se pertrechaba de toda cuanta golosina le cabía en los bolsillos. “Por si me da una bajada – decía él –“. El paseador de perros que caminaba por las aceras como si fuese en un trineo metropolitano, y que dejaba a Julia con la boca abierta, extasiada, al comprobar como podían convivir esos animales sin estarse peleando continuamente, eso no era lo que ella estaba acostumbrada a ver por su barrio, donde seguía habiendo cacas de todos los tamaños, por muchos bandos que dictase el señor alcalde, y es que no tenemos perdón de Dios, con lo bonita que está quedando su ciudad y siempre tiene que haber quien meta la pata. Y los autobuses: grandes, rápidos y algo ruidosos, llenaban las avenidas en competencia directa con la flota de taxis. Resultaba curioso contemplar todo aquello desde la perspectiva de la que no tiene prisa, de la que no va a ninguna parte. Descubrieron la afición que tiene la gente de colarse en los locutorios públicos a enchufarse al teléfono o al ordenador. Los había por todas partes, hasta en los sitios más inverosímiles, así que ellas para no ser menos, cuando ya estaban cansados de dar vueltas y el cuerpo les pedía un descanso, se colaban en el primero que les cayese a mano y se ponían delante de la pantalla, dispuestas a contarle a alguien lo bien que se lo estaban pasando. Julia, lo hacía normalmente con Mari Pepa, a la que tenía al tanto de todo y Armando con su hija. Resultaba una forma cómoda y barata de seguir conectados con el mundo real, ese que les esperaba una vez finalizada su etapa argentina.
.../...Continúa en De ida y vuelta (3)

4 comentarios:

  1. De aquí ha de salir por fuerza un idilio. En tierra extranjera, solos, amigos de tantos años, liberados... No sé, no sé...

    Un locutorio es lo último que se me ocurriría visitar si tuviese la suerte de hacer un gran viaje:)

    PD te has comido una "n" en "propia" por propina, entiendo.

    Saludos

    PD2: sí, estoy mejor. Gracias

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  2. Hummmm... opino como Trini, ha de salir un idilio.
    Eso del rabino me ha puesto los pelos de punta.

    Abrazos!!!

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  3. Como trini pienso que saldr´un idilio de todo esto, tus relatos toman vida y furza, me gusta...
    Un abrazo grande
    Stella

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