martes, 30 de abril de 2013

El destierro (2)

341 ¡Hombre, Gon!, por fin nos traes otro tramo de tu relato, ¿tanta expectación hay?, bueno, eso es otra cosa, pero tú por lo menos cumples con tu cometido, lo demás…
EL DESTIERRO (2)
.../... Viene de El destierro (1)
Se cogieron del brazo, sin soltar la copa con la otra mano, y se fueron hasta las inmediaciones de otra reunión donde se debatía acaloradamente sobre la conveniencia o no de las palabras del Rey, en medio de una tormenta musical.

—Y a mí que más me da lo que diga ese lelo. ¿Por eso no se van a ganar mi confianza? – decía uno.

—De lelo nada, ahí lo tienes, ¡con dos cojones! Para que luego digan que no trabaja

–contesta otro.

—Y es que además se levantó y se fue –decía un tercero.

—¡Eeeeehhh! ¿Qué pasa aquí? –intervino Serrano-. Con la Monarquía hemos topado. ¿Cómo andáis de wiski, que se nos ha acabado?

—Mira ahí en esa bolsa, puede que quede algo –le indicaron.

Sin soltar a Pedro del brazo, se agachó, palpó por entre el tropel de bolsas, hasta que sus dedos tropezaron con una figura que le era familiar.

—¡Ya la tenemos Pedro! Ahora solo falta que tenga algo. Vamos allí a la luz que no veo un pijo.

—“Y si no tiene a otro puesto” -le canturreaba Pedro.

En la casa de Carrasco había luces encendidas y caras desencajadas.

—Lo malo no es la lata que nos están dando –decía el hombre- sino que además están haciendo que nuestros hijos se quieran unir a esa pandilla de degenerados.

—¿Quién te ha dicho eso? –preguntaba la mujer.

—Quien me lo va a decir, Pepa. Ellos desde luego que no, pero se les nota, les atrae ese forma de divertirse, piensan que cuando tengan la edad suficiente van a estar ahí por derecho propio, como si no hubiera otras cosas en que entretenerse.

—Creo que exageras.

—Mira Pepa, en este pueblo ya hay mucha gente que está harta de esa gentuza y de la lata que están dando, así que el otro día en la Peña quedamos para apoyarnos para buscarle una salida a este asunto. Ya estamos hasta el gorro de las blandenguerías del alcalde y la ineficacia de la Guardia Civil, así que se va a acabar eso de cambiarse de un sitio a otro, para que sigan jodiendo a todo el mundo.

—Son jóvenes, de alguna forma...

—Nosotros también lo fuimos, pero sólo armábamos ruido en ocasiones que todo el mundo lo hacía: la feria, la romería, la nochebuena y para usted de contar. Pero esto es insoportable. Es que no hay un fin de semana que no tengamos ese jolgorio dando por culo.

—¿Y que pensáis hacer?

—Hablar con ellos.

—¿Cuándo?

Carrasco se quedó mirando a su mujer sin decir nada y pudo observar como se deslizaban dos lágrimas por su mejilla.

—Pepa, no podemos consentir que nuestros hijos pasen a formar parte de esa cultura. Si no hacemos nada, si no reaccionamos , el que los jóvenes se diviertan de esa forma, pasará a ser algo tan natural que no dormir el viernes y el sábado quedará tan asumido como el cambio de hora.

—¡Que exagerado!

Serrano y Pedro continuaban pasando por cada grupito de jóvenes como si fuesen portavoces de la buena nueva, y en cada lugar conseguían algo que meterse en el cuerpo.

—¿Que tu potro qué? ¿He oído bien o estoy ya medio borracho? –decía Serrano.

—Que mi potro vale diez veces más que el caballo de éste –respondía uno.

—¡Ja, ja, ja, ja! –se carcajeaba Serrano.

—Ríe, ríe, pero tú sabes que tengo razón. En la próxima exhibición te lo demostraré.

—Tu dirás lo que quieras chaval –intervino Pedro-, pero creo que no has visto bien como se mueve ese caballo.

—Me juego mi equipo de música a que no le gana ni una ronda –decía Serrano.

—Serrano, coño, después de la que tienes aquí liada con esa discoteca móvil, ahora te lo vas a jugar con un tema que no tienes ni pajolera idea –intervino otro de los presentes.

—No tengo idea, pero si tengo buena vista y yo he visto al caballo y he visto al potro ¿eh? No te creas que ando tan despistado. Además, a vosotros que más os da si me la juego o no, acaso es vuestro el equipo ¿eh?

—¡No, no! Tú allá con tus historias, además éste aún no ha dicho si le interesa o no.

—Pues no me interesa –intervino el dueño del potro– porque ¿qué querías que pusiese yo a cambio, el potro?

—¿El potro? –respondía Serrano- ¡Yo no he dicho nada, eh!

—No has dicho nada, pero se te leen las ideas, espabilao.

—Bueno, dejemos las cosas como están –cortó Pedro- ¿porqué no cambiamos de tema? ¿Quién se ha traído algo potente para escuchar?

—¿Para escuchar? –inquirió uno con sorna.

—Si para escuchar. Dejaros de cachondeo que no pienso tomar nada, que mañana tengo que madrugar –respondía Pedro.

—Querrás decir que tendrás que tomar algo para poder madrugar –se le ocurrió a otro.

—¡Ja, ja, ja, ja! irrumpieron todos a coro.

Carrasco desde el salón de su casa realizó un par de llamadas telefónicas y se metió en el cuarto de baño para terminar de arreglarse.

—Juan ¿Estás seguro de lo que estás haciendo? –le decía Pepa.

—Que si mujer. Tú metete en la cama y procura dormir. No te preocupes que esto es sólo cuestión de un momento, que ya verás como lo arreglamos –contestaba Carrasco.

—Nada de violencia, Juan, eso no conduce a ningún lado, por favor piensa en tus hijos.

—¡Que no te preocupes, coño! Que ya somos mayorcitos y sabemos lo que nos traemos entre manos.

Carrasco abrazó a su mujer dándole un beso en la frente, y salió por la puerta de la calle. La noche presentaba un aspecto algo sombrío, apenas se veían las estrellas, no se movía un alma, pero eso sí la música machacona llegaba sin remisión a cada uno de los portales, como si se tratase de un pobre vagabundo que buscase refugio. En la plaza, junto a la cabina de teléfono, esperaban ya un grupo de personas:

—¡Hola! ¿Estamos todos o falta alguien?-preguntó Carrasco al llegar.

—¡Hola! –respondieron algunos-.Faltan unos cuantos, pero nos han dicho que se unen a nosotros en el callejón de arriba.

—Pues vamos allá –respondió Carrasco.

—¡Vamos! –dijeron otros.

—Recordad lo que dijimos: vamos de buenas manera, pero si hace falta pegarle dos hostias a un mocoso de esos, que nadie se eche atrás, ¡de acuerdo!

—¡De acuerdo! –se oyeron voces.

Los hombres caminaban en silencio, frotándose las manos por el relente. A su paso por algunas casas se encendían luces, aunque nadie se asomaba ni a la puerta ni a las ventanas. Algunos se unían al paso de la comitiva, sin decir nada.

—¡Sin miedo Carrasco, con dos cojones! –decía uno.

—Eso, que aquí estamos nosotros –decía otro.

—“Guardad la fuerza –murmuraba Carrasco– cuando estemos allí ya veremos quien le echa lo que hay que echarle”.

—Compadre, yo no me muevo de tu lado, eh, cuenta conmigo –le decía su compadre casi hombro con hombro.

Carrasco lo miró y a pesar de la poca luz le vio un brillo en los ojos que le imprimieron confianza.

.../... Continúa en El destierro (y 3)

1 comentario:

  1. Sabes? odio a la gente como Carrasco. Esos valentones que se les llena la boca a la hora de arengar a otros menos locos o arriesgados y que se dejan llevar hasta el infierno por "carrascos" así.

    Esta historia tiene pinta de acabar ne tragedia.

    Abrazos

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