lunes, 13 de mayo de 2013

El destierro (y 3)

343 Acabó la feria del libro, Gon, ha estado bien ¡eh!, ¡y qué bien se expresa Caballero Bonald!, ya lo creo, Alba, por cierto a Araminta le debemos dar alguna pistilla sobre nosotros ¿no te parece?, otro día Gon, hoy no tenemos tiempo, hola José Valle, hola María, hola Trini, hasta luego Gon…

EL DESTIERRO ( y 3)

En el descampado todo seguía igual:


—¡Pedro pon ésta que ya casi me sé de memoria esa mierda! –le gritaba Serrano a Pedro.

—¡Joé que vasca! Os cansáis enseguida. ¡A que vamos a fundirle los plomos al tocata! – respondía Pedro.

—¡Tocata!.. ¿Mi equipo un tocata?..Tú no sabes lo que dices, chaval. ¿Tú sabes lo que me ha costado a mí esa radio? ¿Eh, lo sabes?

—Ni lo sé, ni me interesa mamón; anda dame el cedé y dèjate de rollo.

—¡Serrano, Pedro! –dijo alguien aproximándose a los dos colegas-. Al bizco le han mandado un mensaje que dice que hay movida.

—¿Movida? –repitió Serrano- ¿Otra vez los picolos?

—Pues no lo sé, pero me parece que no, que es la gente.

—¿Qué gente? ¡Aclárate cojones!

—Pues gente que viene para acá.

—¿A la fiesta? Pues deja que vengan, a lo mejor traen más costo.

—Creo que no es eso -intervino otro.

—Entonces ¿qué es? –preguntó Pedro saliendo del coche.

—Pronto lo vamos a saber porque están saliendo de la calleja– dijo otra.

—¡Yo me las piro! –dijo una joven cogiendo su abrigo y saliendo por patas.

—A mí esconderme por ahí, que como venga mi padre me cruza la cara de un guantazo – exclamó otra.

—¡Que pasa coño! ¿A qué tenéis miedo? ¿Estamos haciendo algo malo? –gritaba Serrano.

En un momento el grupo que encabezaba Juan Carrasco se encontraba delante de otro grupo de jóvenes envalentonados por el intrépido Serrano:

—¿Qué pasa Carrasco, que os trae por aquí? –dijo fríamente Serrano.

—De sobra lo sabes, Serrano –contestó Carrasco.

—Pues no lo sé y estos –volviendo la cara– creo que tampoco.

—¿Os apetece un trago?

—¡Déjate de coñas! ¿Hasta cuando vamos a tener que soportar esto?

—¿Esto?

—¡Serrano no me provoques, que no son horas! –dijo enfurecido Carrasco.

—¡¡Que corten la monserga ya!! –gritó uno de los recién llegados.

—¡Que se vayan! –dijeron otros.

—¡Que nos dejen descansar! –dijeron algunos.

—¡Fuera de aquí, coño! –levantó los puños un atrevido.

Carrasco giró el cuello y bajó un tanto el tono del griterío.

—Ya veo las intenciones –dijo muy tranquilo Serrano.

—¡Tenemos derecho a divertirnos! -gritó uno de los jóvenes.

—¡¡Y a escuchar música!! –gritaron otros.

—¡Estamos fuera del pueblo! –continuó alguno más.

Por el bando contrario se enfurecieron los ánimos y el griterío superó a los decibelios musicales. Algunos coches apagaron sus luces y en otros cesó el traqueteo altisonante. Tan sólo permanecía a todo volumen y color el vehículo de Serrano.

—El alcalde nos ha prometido un sitio, pero no acaba de darnos nada –dijo altanero Serrano.

—Y por eso jodéis a todo el mundo, en lugar de esperar –le contestó Carrasco.

—No tenemos otra alternativa.

De entre los jóvenes apareció Pedro

—¿Qué haces tú aquí? –le dijo sorprendido Carrasco.

—Ya lo ves tío. Tratando de pasar un rato agradable.

—Eso ya lo discutiré con tu padre –dijo Carrasco– por ahora procura no meterte en nada.

—Pero es que estoy metido, tío –dijo muy serio Pedro.

—¡¡Carrasco déjate de charla!! Gritaron desde la oscuridad.

—¡¡Iros a dormir!! –gritaron los jóvenes.

—¡Lo que nos vamos a cagar es en tu puta madre, cabrón! –respondió algún adulto.

—¡Eso no me lo dices en la cara! –se envalentonó un joven dando un paso al frente.

Un objeto contundente voló de un bando a otro dándole en la cabeza a uno de los jóvenes.

—¡Serrano corta ya que vienen con ganas de bronca! –gritó uno.

Carrasco y Serrano se volvieron de espaldas para tratar de calmar los ánimos, pero antes de que pudiesen impedirlo, unos y otros se habían ensalzado en una lucha tremenda donde empezó a surgir todo tipo de violencia.

—¡¡Quietos!!¡¡Quietos coño!! –se desgañitaba Carrasco.

Éste recibió el tremendo impacto de una botella entre el hombro y una oreja, que enseguida se le puso ardiendo como un clavo. Las patadas, los golpes, los palos se hicieron protagonistas. Algunos rodaron por el suelo ensalzados en guantazos, en cuestión de minutos lo que era un campo de feria se convirtió en un campo de batalla, donde nadie miraba por nadie y cada cual procuraba hacer el mayor daño posible.

—¡¡Quietos!!¡¡Serrano, diles que paren!! – gritaba como podía Carrasco.

La música del coche de Serrano fue cortada de raíz por un palo que alguien metió por la ventanilla e impactó de plano contra la radio. En medio de la oscuridad el griterío era enorme. La mayoría de las jóvenes optaron por la vía de urgencia, y como buenamente pudieron corrieron hasta las paredes próximas de las casas, para irse alejando cuanto más mejor de aquel lugar de trifulca. Nadie cesaba en su empeño de superar por la fuerza al contrario, hasta que la sirena del patrullero de la Guardia Civil se fue abriendo paso en la oscuridad de la noche. Su inmediata presencia hizo que muchos optasen por la desbandada, corriendo sin saber muy bien hacia donde...

—¡Carrasco, Carrasco! –gritaba alguien.

—¡Ven enseguida que a tu sobrino le pasa algo! –decía otro.

—Está chorreando sangre –dijo un joven.

—¡Vamos a llevarlo al patrullero! –gritó otro.

—¡Vamos rápido! –dijo Carrasco.

En un abrir y cerrar de ojos el cuerpo de Pedro fue depositado en el asiento de atrás del patrullero, que a toda marcha corría hacia el ambulatorio. Su tío estaba junto a él.

—¡Date prisa Gutierrez! –le decía Juan Carrasco al cabo de la Guardia Civil que conducía el vehículo.

—Hago lo que puedo, pero este cacharro no da más de sí. ¿Cómo está?

—Ni me lo preguntes. Tú pisa a fondo.

—¡Joder macho!-¿Pero que ha pasado ahí? –preguntaba el cabo.

—Ahora no es el momento Gutiérrez. Vamos a tratar de salvarle el pellejo a esta criatura, que luego habrá tiempo de hablar. ¡Acelera!

—¡Ya voy, ya voy coño!-Pero que esto...

—¡Ya lo sé, no da más! ¿Habéis pedido una ambulancia?

—Está en camino.

—¿Y porqué no le salimos al encuentro?

—¿Qué te crees que estoy haciendo?

—¡Joder que sangría! ¿Pero que le han hecho a este muchacho? –se lamentaba Carrasco.

—Ahí está la ambulancia –dijo el cabo.

Ambos vehículos pararon en mitad de la carretera, y entre unos y otros trasladaron a Pedro a la camilla y de ahí al interior de la ambulancia; se iniciaron las maniobras de cambio de sentido y la parpadeante sirena del vehículo sanitario emprendió una rápida aceleración hasta perderse en el horizonte.



2 comentarios:

  1. Si es que esto se veía venir. Carrasco fue el que lo calentó todo, aunque al parecer su afán no era la gresca. Pero ya se sabe qué sucede cuando dos bandos se creen con la razón.

    Un abrazo

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  2. Realmente merezco y necesito esa pistilla José. Abrazos.

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