viernes, 8 de marzo de 2019

Una parada en La puebla de Montalbán


 
A mi llegada a Toledo comienzo por darle los buenos días al ilustre hidalgo que me metió el venenillo en el cuerpo es esto de la escritura: D. Alonso Quijano. Visita obligada a los miradores que hay en torno a la ciudad, así como a los distintos monumentos que la conforman, y en la que cuál unos turistas más disfrutamos de la compañía de los entrañables Almudena y Eulogio, que en todo momento nos acompañaron. La ciudad, en un día luminoso como el que teníamos por delante, impresiona, siendo el Tajo el cinturón acuoso y mágico que la rodea para deleite de unos y otros. Hay tanta historia por cada uno de sus rincones que sobrecoge lo que se ve.
De camino hacia La Puebla es conveniente darse una vuelta por la ermita de Santa María de Melque y el castillo de Montalbán y empaparse de todo lo que de ese sitio se cuenta.
Y ya en el pueblo nos encontramos con la Torre de San Miguel, emblemático lugar, la Plaza Mayor, el Palacio de los Condes de Montalbán, el convento Concepcionista, la ermita de La Soledad o el Museo La Celestina, punto de encuentro del acto central de la visita, y en el que tuvo lugar la presentación de libro de relatos Una parada obligatoria. Como despedida de tan magnífica acogida, queda el recuerdo de Fernando de Rojas, hijo de esta villa.

                                             
 

2 comentarios:

¿Y ahora qué? ¿No me vas a decir nada?