jueves, 23 de julio de 2020

Gervasio

Tiene el bigote que sobresale en la cara por encima de cualquier cosa. La tez morena de herencia, los dedos achorizados y los ojos rasgados sin llegar a ser confundidos con los orientales. Su voz es ronca, con resonancias portuguesas y altos y bajos de distintas tonalidades. Adorna sus canas con un sombrero tipo tirolés, que hace años le colocaron y que ya forma parte inseparable de su anatomía, y la comisura de los labios con un eterno cigarro encendido por encima de cualquier disposición higiénico-sanitaria al uso. La furgoneta es grande, puesta a transportar admite un número indefinido de infantes en al habitáculo delantero. Se maneja con destreza con ella, acostumbrado a calles estrechas, rasguños por las paredes y subidas y bajadas de acerados. Más que un chofer parece un muñeco articulado con más brazos que el resto de los mortales: lo mismo recoge a los zagales en la puerta del colegio, que lleva pasto o transporta muebles. Ahora, eso si ─señor guardia─ no le pida usted papeles porque entonces si que la hemos liado: con lo que cuesta la gasola, la mala leche del payo del tallé, los ricambios y la cara de los churumbeles mirando a la autoridad, más vale pensar en otra cosa y dejar que siga su camino porque a honrado no quien le eche la pata a Gervasio.

J.R.Infante

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