viernes, 14 de febrero de 2025

La casa deshabitada. Capítulo V


                    Así comienza el capítulo 5 de la novela La casa deshabitada.

Quedaba poco para llegar al pueblo. Me puse a pensar de qué irían hablando Elisa y mi paisano desde que se alejaron de nosotros.
—¿Qué me dices de Seda? —Elisa gesticulaba con sus manos.
—Para mí es un poema en prosa. Desde la primera a la última página nos envuelve en un halo misterioso. Hace disfrutar de la lectura de una manera sublime. Cómo verás sigo tus consejos —contestó Medardo.
—Sabía que te iba a encantar. Fíjate si te conozco, “nenín.
—Hay tantos detalles en ese libro que es imposible pasar de puntillas por él.
—Ya lo creo. Además fíjate que es de lectura cómoda, se lee en poco tiempo. Apenas queda hueco para el aburrimiento.
—Y qué bien encaja el título con la trama…Seda… Era el negocio y al mismo tiempo la delicadeza de la protagonista femenina.
—Cuánta sensibilidad.
—En lo sucesivo prestaré más atención a tus recomendaciones literarias.
—¿Has llegado a ver la película?
—No.
—Pues no te la pierdas. Está muy conseguida.
—Tendré que pedirle permiso a mi ganado.
Rieron. Unas cuantas aves se cruzaron en su camino.
—Mira, mira, rabúos —dijo Medardo.
—¿Cómo?
—Son rabúos. Es una de las aves más características del verano por aquí, van siempre en grupo, armando ruido ¿las conocías?
—Con ese nombre desde luego que no —Elisa fijaba su vista en las aves—, y aunque yo soy urbanita tengo reminiscencias campestres y no recuerdo haberlos visto nunca.

—En realidad es un rabilargo, de la misma familia que la urraca.
—A esa sí que la conozco —ríe.
—Ya me lo imagino ¿tal vez por Doña Urraca?
—No sólo por eso, listillo, es que se suele ver más en las ilustraciones, y además las veo en la carretera cruzando de un lado a otro.
—Pues ya ves, son córvidos los dos, sólo que a la urraca le gusta más deambular por parejas.
—Les pasa cómo a nosotros —le miró a los ojos. ¿Has visto dónde quedaron los demás? ¿Tú crees que sabrán algo?

lunes, 10 de febrero de 2025

Flores en Mayo


 

Flores en mayo aparecían
junto a la piedra
cuando lanzaste el grito
que aún perdura.
aferrado a mi espalda
de divino inocente.
Oigo tu voz caliente,
sintonía desajustada,
amapolas de besos
que caen en el roce
del cálido viento de otoño.
gotas de tinta
evaporo con rabia
buscando el soplo
que te propulse,
que rompa la costra
que envuelve tu presidio.
Pero tú y yo no somos
veletas que marquen el mismo rumbo,
ni pareja de bueyes
que aren la misma tierra.
Diferimos en el voltaje
del habitáculo del coche.
no quiero hundirme
en los relojes de arena
sino calzarme unas chilucas
que se sujeten a la roca
reverdecida del tiempo.
Cerca del mar o en la ambarina umbría
poblada de castaños.
cuando por fin mi verso                                                         
sume la última estrofa
quiero sentir el tacto
de tus encallecidas manos,
mirarme en el cristal
de la flor que arde en tu pecho
y respirar, tan solo respirar,
por tus pulmones.