264 Ya lo sabes, Gon, a Trini le gusta más el libro papel
que leer en la pantalla, hay gustos para todo Alba, yo apuesto por los e-book,
está bien no volvamos a lo mismo ¿terminamos con la sinfonía?, así es Alba,
tercera y última entrega de este relato, pues nada Gon, que nos aproveche…
SINFONÍA EN PÍ MAYOR
Lees: “Gran ave zancuda blanca y rosa; parte anterior de las
alas rojas y parte posterior negra; cuello muy largo; patas rosas; pico corto,
grueso y curvado hacia abajo, rosa con punta negra; los jóvenes son
pardo-grisáceos sin rosa: sexo iguales”. ¿Comprendes ahora por qué se les llama
Phoenicopterus ruber? Me miras como
quien duda de creerse lo que escucha; beso tus labios rosas y acaricio tu nuca.
Ahora pareces más convencida. “Los colores más increíbles que iban del amarillo
más tenue a un naranja intenso del rosado y del rojo hasta el verde,
constituían un espectáculo que nunca me quería perder. Y cuando a ese cielo
lleno de colores lo cruzaba una bandada de flamencos rosados, el espectáculo
era casi sobrenatural”. Leías en un
libro sobre la Patagonia,
mientras que yo me quedo extasiado, al cruzarse en el visor de mis prismáticos
una de las aves más esquivas y a la vez más impresionante, que se puedan ver
por estos lugares. Por aquí le llaman el gallo azul, pero todos los aficionados
sabemos que se trata del calamón común: luce su característico plumaje azul
purpúreo que según va desplazándose de un lugar a otro, se ve en mejores o
peores condiciones, pero que daba la luz que hoy tenemos, se convierte en un
éxtasis su contemplación. Procuro que lo veas lo más rápido posible antes que
se pierda por la masa de espadañas por las que se mueve, o en su defecto que
aguantes todo lo que puedas con los prismáticos tratando, de hacer un minucioso
barrido por toda la zona cubierta de vegetales. Lo distingues, quedas sumida en
su contemplación y mientras describes lo que ves, me pierdo en contemplar cada
facción de tu cara, en ese temblor nervioso de tu mano izquierda que me gusta
imaginar es debido a mi presencia. Busco tu cuerpo en medio de este mar de
verdor y músicas melodiosas, no puedo resistir la tentación de saborear tus
besos y entregarme a tus deseos, a esas ansias que brotan de todos tus poros.
Pasan los minutos, la soledad es cada vez más palpable aunque no podemos
sustraernos a la tentación de mirar de vez en cuando por encima de los hombros,
para ver si se divisa algún vehículo en la lejanía. Ese inmenso azul que nos
invade, ocupa todo el espacio, y nos sentimos valientes rodeados de multitud de
aves entregadas a sus distintos quehaceres, sin preocuparse demasiado por la
ocupación de esos dos seres que se encuentran en el interior del coche. Ellas
están acostumbradas a que de vez en cuando alguien se pare a
contemplarlas, guardan las distancias y
las formas, y confían en la buena voluntad de los bípedos que merodean por
estos caminos. Sudamos a pesar de tener abiertas las ventanas delanteras del
coche. Más allá un ratonero prueba a vencer la resistencia del aire, y trata de
mantenerse como si fuera una cometa. Zigzaguea, se deja caer con las garras
abiertas pero no vemos si ha sacado algo del agua o ha fracasado en su intento.
Acostumbrado a verle en terrenos más boscosos, me sorprende y confunde, pero
para algo han sido dotadas las aves de esas prodigiosas alas, para poder
desplazarse con facilidad y parecer a veces que son capaces de estar en dos
sitios al mismo tiempo. El sol inicia ya su vertiginoso descenso, y pronto se
podrá ver en la lejanía toda una extensa franja coloreada, mientras que las
nubes más cercanas dibujan formas que semejan animales salvajes, buques
fantasmas o ilusorias ciudades algodonosas. Va disminuyendo el ímpetu vital de
la mayoría de los habituales de la zona, al tiempo que las sombras recobran su
efímero dominio. Pongo de nuevo en marcha el motor del coche, y emprendemos el
retorno por pistas llenas de agujeros, que parecen no acabarse nunca y que nos
hacen dudar si en algún momento volveremos a pisar el asfalto, o nos habremos
metido en un laberinto de canales, que nos mantendrá ocupados durante toda la
noche. Viene a mi mente la estridencia del canto del triguero y la increíble
capacidad de vuelo del cernícalo. Por un instante me gustaría que nos
convirtiésemos en alguno de ellos, para sortear la montaña de residuos
plásticos que nos corta el camino y contar con los últimos rayos de sol – esos
que nada más que ven las aves – para llegar a nuestra dormidera. Miro tus ojos
llenos de dulzura, y respiro profundo el sabor a marisma que destila tu piel.
Que manera más romántica de adentrarnos en ese paisaje.
ResponderEliminarEl paisaje, ella, las aves, el momento; todo confabulado para esponjar el alma del lector.
Un abrazo y muchas gracias por tus alentadoras palabras.