Inmerso en la lectura del libro Anaconda de Horacio Quiroga,
editado por Alianza editorial en 1981, me encuentro con una palabra que hacía
mucho tiempo que no la había escuchado: pandorga.
No es una palabra cualquiera. A mi me trae el frescor de las
tardes de verano cuando correteaba mis ocho o diez años, allá en el Llano Barrio de Paymogo.
Ninguno de los adelantos técnicos al uso se habían inventado aún y por tanto la
chavalería agudizábamos el ingenio para disfrutar de lo que tocaba: la
infancia.
Aquellas pandorgas fabricadas por nosotros mismos, con
cañas, papel de estraza, metros de hilo y trapos de colores subían y subían
hasta las nubes con los mensajes de ilusión que les íbamos enviando. Páginas de
una vida que ahí quedó.
Ahora, mi admirado Quiroga, me recuerda en su cuento El
Divino que ese término con el que se denomina a la cometa era utilizado en su
época en Misiones, en la frontera con Brasil, cumpliendo el mismo objetivo que
en mi pueblo de origen, situado a miles de kilómetros, océano de por medio. El
lenguaje carece de fronteras e incluso se resiste al paso del tiempo. El
diccionario de la lengua española aún lo recoge en su seno, en su apartado 3: Cometa que se sube en el aire. Cuánto
disfrutábamos entonces y cuánto disfruto ahora con la lectura de este cuento de
Quiroga, que al margen de término, nos da una muestra más de su extraordinaria
forma de entender el relato.
De este modo, fue
menester que Howard sostuviera de pie al Divino, mientras el tambor comenzaba
su piruetesco acompañamiento, y la comitiva cantaba:
Aquí está el Divino
que te viene a visitar.
que te viene a visitar.
Dios te dé la salud
que te va a cantar.
que te va a cantar.
El Divino que está ahí
te va a curar
y el señor reciba
mucha felicidad.
te va a curar
y el señor reciba
mucha felicidad.
Santo alabado sea
el señor y la señora.
el señor y la señora.
Que el Divino les dé
felicidad.
Una pandorga que lanzada al aire de aquellos años —¿sería
esta una de mis peticiones?—, me ha llevado al encuentro de este relato con el
que me he permitido el lujo de soñar.

Has soñado de lujo amigo Arruillo, gracias al libro Anaconda, de Quiroga, ahora leo a Arruillo recordando en cuento El Divino.
ResponderEliminarUn placer siempre estar en tu blog disfrutando de tus letras.
Un beso.
Gracias, María, por tus palabras.- Besos
ResponderEliminarLos recuerdos regresan, si fueron hermosos lo hacen por el aire. Un abrazo.
ResponderEliminarAsí es, amiga, cualquier palabra puede ser motivo para ello. En este caso era algo especial.- Besos
ResponderEliminarUno de mis libros inolvidables.
ResponderEliminarEscribo el mensaje y ya lo he localizado en la estantería.
Abrazos
Hola Vero: me alegra saber que coincidimos en gustos literarios.- Besos
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