Será el fragor del arroyo
o la liviana caída del
otoño,
el inevitable
ataque hertziano,
o el último recodo de la
calle.
El azul
que baña el cristalino,
los muros ignotos que
susurran
larga epifanía de
noches,
el perfume adosado al
pecho
o la vibrante
transparencia.
El dominio,
cuerpos de goma, gigantes
de pie de barro. Laurel
sobre emanaciones de
jazmines.
El filo de una mirada
que provoca borbotones
de leucocitos,
accidentes gramaticales.
No sé.
Y no sé
en que manantial bebió
aquel señor —untado de
pez—
de las inmaculadas sombras.
Quiero olvidar la lluvia
de volcanes,
tempestad de muslos,
tormenta de labios,
sed de ojos cautivos.
Sacaré el hollín de los
poros
de mi piel
y dejaré que las
estrellas
jueguen con mi desnudez.

Bellisimos versos amigo JR.
ResponderEliminarLa lluvia tormenta mojando la piel cubriendo los ojos del alma y los arroyos..
Un beso.
Bonito poema José, de nuestra tierra.
ResponderEliminarSaludos
Hola María: me alegro que te guste el poema. En cierto sentido guarda similitud con los tuyos, el fondo es el mismo, aunque con otro estilo, claro.
ResponderEliminarBesos
Hola Lou: me alegra mucho saber de tí y por supuesto que te haya gustado el poema. La tierra siempre presente, como no.- Un abrazo
ResponderEliminarY dejaré que las estrellas
ResponderEliminarjueguen con mi desnudez.
Precioso tu poema Arruillo.
Un abrazo y feliz domingo.
Gracias, Conchi,por pasar y dejar tu comentario.- Un abrazo
ResponderEliminarEl agua horada con paciencia la roca más dura. He disfrutado del poema. Te veo libre de hollín bajo las estrellas. Un abrazo.
ResponderEliminarHola María José: gracias por la visita. En efecto, me sacudí todo el hollín que llevaba encima.- Un abrazo
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