lunes, 15 de marzo de 2010

Atascados (1)


165 ¡Hola Gon!, sé que estás hoy muy cansado, pero me ha dicho el jefe…, ya sé lo que te ha dicho el jefe Alba, no te preocupes, ahí está el relato:


ATASCADOS (1)

El teléfono sonó a las nueve en punto en medio de un barullo tremendo de tostadas con jamón, café con leche y copas de aguardiente.

— ¿Oiga, está el Melli?

Buscar a Juan López, mas conocido como “el Melli” a las nueve de la mañana en la barra del bar Antonio, era garantía de dar con él. A partir de ese momento ya era materialmente imposible su localización. Se tomaba una palomita, encendía un cigarro y se ponía manos a la obra, dispuesto a comerse el mundo si fuese menester. Estaba casado y tenía dos chiquillos de siete y nueve años, que armaban todo el ruido que podían en casa y un poco más, así que el Melli, se pasaba todo el santo día de una lado para otro sin parar nada más que para los asuntos imprescindibles: la cervecita del mediodía, el almuerzo en pleno tajo, el café de media tarde y dos tintos con albóndigas caseras para cerrar la jornada en el bar de la asociación, por aquello de contribuir con la causa del barrio. A los ayudantes que tenía a su cargo, no les quedaba otra que amoldarse a sus costumbres, si es que querían disponer de unos euros extras libres de impuestos. Él era autónomo y cotizaba como tal para no tener problemas el día de mañana, pero a sus ayudantes los quería de ocasión, total el grueso de las operaciones que llevaba a cabo, los resolvía él, y meterlo en un lío no lo habían metido nunca (cuestión de suerte), con tantos simpapeles y tanto jaleo, bien fuera en el bar Antonio o en la propia asociación, siempre había alguien dispuesto a echar unas peonadas, y si no encontraba a nadie procuraba que tampoco lo encontraran a él, al fin y al cabo la clientela sabía lo difícil que resultaba hoy día dar con alguien, que te solucionase los problemas caseros, y las compañías de seguros para que vamos a hablar, no hacen más que acogerse a la letra pequeña y al final hay que tirar del amigo del conocido de la vecina Pepita, que es quien de verdad sabe de que va esto, o sea del Melli o cualquier otro de su misma condición; lo que pasa es que cada vez va quedando menos gente formal. El Melli era de los pocos de garantía: a las nueve de la mañana estaba como un clavo con su palomita de aguardiente en el bar Antonio. Y profesional era de los que quedan pocos.

En el bloque el asunto estaba enrocado de tal forma que allí no había quien se aclarase: Julia, la del primero ce, decía que tararí que te vi, que en su casa no entraba nadie con un martillo en la mano, que ella era la más perjudicada de todo el bloque, que desde que se fue su hijo y se quedó sola, todo el mundo está aprovechándose de ella, y que no hacía mucho que había caído una maceta desde la selva esa que tiene la del quinto, que si le llega a dar en la cabeza, no estaría contándolo ahora mismo y que si no lo creen pasen ustedes y vean como está el patinillo de trastos que caen, que ya ha decidido no entrar a limpiarlo ni asomarse ni nada, por muchas bragas y muchos paños de cocina que se vayan acumulando, que le pongan el tejadillo, que es lo que ella pide, que como no sea con los municipales allí no entra nadie con herramientas en las manos, como no lo haya llamado ella.

Mari Carmen, la presidenta del bloque (el titular es su marido, pero a efectos prácticos ella lo ejerce), tiene anotados en el libro de incidencias, para todos los vecinos que quieren verlo, el registro documental de la cantidad de veces que ha sido requerida la señora Julia del primero ce, para que colabore en la solución del problema de tuberías de desagüe que pasan por su piso. Tiene anotadas también las llamadas telefónicas que ha hecho a dicha señora – eso si, sin coste alguno -, porque claro como no coge el teléfono. Es muy cuca ¿sabe usted? Tiene un teléfono de esos que se le ven los números, y como se sabe todos los del bloque, no hay forma de cogerla, y si la llama una desde mi negocio, pongo por caso, va y te cuelga en cuanto te reconoce la voz, así que no sabemos que vamos a hacer con esta señora, que nos tiene a todos, que mire usted, estamos deseando que pasen los seis meses para soltar le presidencia.

Y Francisco José – o Paco Pepe como era más conocido -, era la pata que faltaba para completar la mesa. Representaba a la Peña Bética, que llevaba el nombre del barrio y que desde hacía no se cuantos años – porque papeles legales, había más bien pocos -, estaba instalada en el local por el que pasaba el mismo bajante que el de la señora Julia y el resto del bloque del ala ce y la de. La Peña era la gran perjudicada del asunto, porque las aguas fecales se deslizaban periódicamente por la columna blanca y verde, dándole un tono amarronado, que para nada pegaba con la enseña y los colores de tan distinguido club. El personal se revelaba y ya teníamos formado el zipizape habitual: unos decían que vaya peste y que aquello era inhumano y que se negaban a entrar, otros que les diesen de baja – de la Peña claro -, otros que iban a subir y coger por el moño a ésta y la otra y no se cuantas cosas más. Paco Pepe no sabía a quien atender primero, porque todos tenían razón: echarse una partidita de dominó, se convertía a veces en una proeza; se habían dotado de una caja de mascarillas, pero hombre había veces que entre el calor, el sudor y la visión de aquella columna camaleónica, por mucha voluntad que se le pusiese, resultaba difícil centrarse en el juego y no digamos ya de los que estaban en la barra teniendo que apartarse la mascarilla de la boca, cada vez que iban a darle un trago al vaso de cerveza. Todo un poema. La situación no podía aguantar más tiempo y esto fue lo que hizo que Paco Pepe se pusiera en contacto con el Melli, del que había tenido referencias por terceras personas. Ni que decir tiene que el mismo día que recibió la llamada, se personó en el lugar de los hechos, porque a formal no hay quien le gane, para dejar su tarjeta de visita y su impresión de cual era la situación, y la mejor forma de atajar el problema. La estrategia no fallaba: una vez concluida esta primera visita, el cliente quedaba ya preso de la tela de araña, su pasión vendría después hasta que lograba enterarse de que las nueve son las nueve y no hay otro teléfono, ni otra dirección, ni otra forma humana de dar con el Melli. Tenía picoteada media ciudad, pero eran sus reglas y el que quisiera tener otras, tendría que aventurarse con cualquier chapucero de tres al cuarto.

.../...Contiúa en Atascados (2)


2 comentarios:

  1. ¡Vaya!, pues hoy piqué y ahora a ver quién me aguanta esperando al Melli.
    Mañana a las nueve lo llamo, por ver si viene.
    Un beso grande a todos. Y a Nerea dos.

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  2. No son todos los que estàn, ni estàn todos los que son en ese club, eh! jajajaaj

    Vamos por Melli!

    Besos!

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¿Y ahora qué? ¿No me vas a decir nada?