24 ¿Qué te parece Gon, si le dedicamos esta entrada a esas simpáticas vecinas que han tenido el gusto de tomar café con nosotros?, me parece perfecto Alba, Bien: ¡Va por usted Inma y va por usted Lilia!
Los pájaros habían decidido que lo mejor era esperar al anochecer, cuando ya todos estuvieran acostados, para sorprenderlos mientras dormían, porque en conjunto y despiertos sería difícil llevar adelante el plan.
La señora abubilla, que de eso entendía bastante, había descubierto que por la chimenea, se podía acceder al interior del cobertizo, ya que ellos siempre tenían la precaución de no dejar ni gota de brasas, así que no había peligro. El señor mirlo no las tenía todas consigo, pero tampoco quería ser el agorero del grupo, al fin y al cabo si todos pensaban como la abubilla… ¡adelante! El plan tenía que salir bien, que para eso lo habían estudiado hasta el último detalle. Sigilosamente se fueron deslizando todos los pájaros por el interior de la chimenea, siguiendo a la intrépida abubilla: en el comedor no había nadie, ni se escuchaban ruidos sospechosos que pudieran poner en peligro la operación anillamiento – como la había bautizado el señor martín -, nada más que podían verse en lo alto de la mesa los restos de la cena del día anterior, unas cuantas latas de cervezas abiertas y otras de refrescos.
Hubo que superar una dura prueba de concentración, porque al señor mirlo le entraron unas ganas locas, de ponerse a picotear en la mesa como si fuese un invitado a la cena, pero el más pequeñajo de todos, el señor mosquitero, estuvo rápido de reflejos, y de un certero salto se colocó con las alas abiertas delante de unas apetitosas migajas de pan. Al señor mirlo se le puso el pico blanco de ira, pero enseguida comprendió que estaban allí para otra cosa más importante, y que el buche ya se llenaría en otro momento. Colgados de una percha, media docena de prismáticos miraban hacia el suelo, en una actitud de relajamiento propio de las horas de la noche que se trataba. El ingenio del señor martín comenzó a discurrir y tomando una aceitera en la despensa, se dispuso a engrasar adecuadamente esos artilugios que tanta intimidad les habían robado. Se pusieron todos manos a la obra, y del relajamiento pasaron los prismáticos a un estado de pringosidad, que sería difícil volver a ponerlos en uso, sin tener serias dudas sobre la veracidad de la imagen que por ellos se veía. La libertad de movimientos de la avifauna volvía a ser la que era en aquella parte de la dehesa.
Pero el asunto de los prismáticos no era más que un aperitivo para lo que les estaba aguardando en la habitación contigua: allí se encontraban todos los artilugios con los cuales eran sometidos los pájaros a esa especie de tortura, hasta terminar con una chapita en sus patas. La balanza para pesarlos, el metro para medir sus alas, las capuchas para intimidar y todas esas argollas numeradas, dispuestas a controlar cada uno de sus movimientos.
Hola Arruillo. Por favor, ¿cómo se pone esa firma tan bonita al final de los textos?
ResponderEliminarBesos