miércoles, 4 de marzo de 2009

La rebelión (y3)


30 Delfos ha llegado a nuestra casa con su foto bajo el brazo, así que lo hemos colocado en el lugar correspondiente para que vea que aquí estamos por la colaboración, y que nos alegrará mucho verle de nuevo sumergido en la Bruma. Mientras tanto, ahí dejamos la tercera y última parte de “La rebelión” para que salgamos de dudas sobre la suerte de esos intrépidos pajarillos.

.../...Viene de La rebelión (2)

Reservaron las aves hasta un trozo para tapar la chimenea en el último momento, cuando ya hubiesen terminado su faena, pero aún les quedaba una parte importante, tenían que volver a entrar en la casa y llegar hasta la habitación donde dormían los homínidos.
De todo el proceso que contra ellos utilizaban, a los pájaros les quedaban de por vida una anilla colocada en sus patas, como si de un grillete se tratase, porque desde luego lo que no era es ningún anillo de compromiso, puesto que ellos no se habían comprometido a nada. Les habían colocado aquello a pura fuerza, por el mero hecho de ser pájaros, tener plumas, alas y capacidad de vuelo para ir y venir hasta los confines del mundo. Algo muy duro, la verdad, así que ya no querían ser por más tiempo esclavos ni conejillos de India, y se lo iban a demostrar a esos engreídos, que se creen que todo lo pueden conseguir, porque han estudiado mucho y son muy listos. Pues ahora se iban a enterar. El señor mirlo, la señora abubilla, el señor martín y el señor mosquitero introdujeron por la chimenea una ristra de zarzas que fueron colocando por toda la habitación, de tal manera que por muy habilidosos que fueran los homínidos, no era posible salir de allí, ni de la cama siquiera, sin enredarse con las zarzas.
Pero faltaba un último detalle, y era el factor sorpresa. No podían esperar a que alguno de ellos se levantase y alertase a los demás. Así que se las ingeniaron para provocar un buen escándalo antes que amaneciera y en una operación dirigida por la señora abubilla, dejaron caer todo cuanto cacharro era susceptible de ello; tanto en la cocina-comedor como en las distintas habitaciones por las que se habían colado. Ello unido al ruido exterior en el que los gorriones se encargaron de picotear las ventanas, hizo que la gente se levantara sobresaltada casi al unísono.
Y ahí comenzó su calvario…
En alguna parte de su anatomía quedarían marcados durante una buena temporada, y seguro que acordándose de los pájaros de la dehesa. Felices y contentos, estos se retiraron a sus lugares de descanso, dando por finalizada la operación anillamiento de la temporada otoño invierno del año dos mil cinco.

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