viernes, 1 de octubre de 2010

Operación jazmín (y 3)

209 Parece que D. José llegó por fin a un acuerdo con Franck Michel, ahora no puedo pararme en eso Alba, necesito colgar la última parte del relato, ¡ah, bien!, por fin nos vamos a enterar qué pasa por esas azoteas…

OPERACIÓN JAZMÍN (y 3)
Ya estamos otra vez parados delante de una puerta, la del 2ºB. ¡Arrea!, pero si es la frutera ¡y yo con estos pelos! Menudo cuerpo tiene esta criatura, igualito que la del 14. ¡Y que piel tan suave! Ahora si que ha acertado el vecino con la visita, aquí si que no me importa a mi quedarme el tiempo que haga falta. Ha debido decirme que clase de parentesco tiene con ella, pero ni me he enterado. ¡Que cuerpo! ¡Que garbo! Nos invita a sentarnos y puede que sea capaz hasta de ponernos una cervecita. No hay nada como convivir con vecinos competentes. ¿En la terraza? ¡Ahí está el tío! Mi vecino vuelve a mirarme fijamente, eso es señal inequívoca de que quiere contarme algo y a mi que se me van los ojos por las transparencias de la frutera, no se si podré contestarle algo en condiciones. De todas formas tampoco puedo olvidar el objetivo número uno de mi presencia aquí, por mucho que me pueda la carne, en cuanto traiga las aceitunas estoy volviéndome de espaldas y prestando atención a la calle, que para eso he venido. Éste me está contando algo pero como la otra también anda metiendo baza, aprovecharé el momento y... ¡lo que me temía! Ni lo uno, ni lo otro: el escenario ha vuelto a cambiar y ni están los policías, ni están los de la panda del petardo. En este momento lo más llamativo es una malabarista con gorra de payaso que aprovecha cuando el semáforo está en rojo para lanzar sus bolas ardientes al aire y volverlas a recoger sin que toquen el suelo. Ahora si que estoy en un lío, porque ni rastro de la movida policial, ni nada de nada y se ve que aquí cada bloque va a su bola y esto parece una pantalla de televisión en la que uno pudiera meterse. Ya sólo me faltaría que además desde cada piso la escena fuese distinta, vamos eso ya no lo supera ni la CNN en versión española. La anfitriona se dirige a mí y me comenta que esa criaturita de las llamaradas lleva toda la tarde con el entretenimiento. Por si me quedaba alguna duda. ¿Y ahora con que me quedo? Porque ya puestos a escoger y antes que vea delante de mí a los loqueros, más vale que me decida por uno de lo tres escenarios, por ser algo coherente más que nada. A lo mejor acierto y doy con la respuesta correcta y no llegan a encerrarme. Y mi parienta en el cortinglés. ¿Qué hago, saco la conversación o me la llevo a la tumba? Ya no me entusiasma ni los movimientos de la frutera, tengo un sudor frío que me está comiendo la moral. Mi vecino parece que me va a decir algo, pero mis condiciones físicas se deterioran por momentos, mejor será que me levante y diga lo que sea, aunque me parece que lo que voy a decir es que me encuentro mal y necesito volver a mi casa lo antes posible. Le doy un beso a la frutera, le estrecho la mano al vecino y ya estoy cogiendo escaleras abajo, tal y como quería desde un primer momento.
Aquí en esta parte de calle, justo a la espalda de ese escenario que aún no acabo de encuadrar se respira tranquilidad, me voy a asomar a la esquina a ver si me entero de algo y ya estoy en el tercero, que esto me temo es cuestión de acostarse y volverse a levantar de nuevo y esperar que la cosa cambie. ¡Arrea!, ahí está la de la coleta paseando con otro guardia uniformado ¿qué hará por aquí? Nada, que sigue la broma y a mí me van a volver locos entre unos y otros. Media vuelta y a subir a casa, que entre otras cosas he dejado enchufado el ordenador con el trabajo que me tenía ocupado. Mi mujer aún no ha llegado porque la puerta sigue con las dos vueltas de llave que yo le di cuando subí a la azotea. Y a todo esto, vaya tela el pedazo de calor que está haciendo, que se nos van a fundir los plomos en una de estas. Veamos, ¿por donde me quedé? ¿Qué le pasa ahora al ratón que no aparece el puntero? No sé cuando terminarán de poner en el mercado el reconocimiento de voz, uno llega, le dice lo que quiere a la pantallita y a funcionar. Nada, que esto no va ni para atrás ni para adelante. ¿Ostia, pero si esa...? Por la madre que me trajo al mundo, si no acabo de ver en la pantalla de este trasto a la gorda del bloque 14. ¿En qué botón habré tocado? Esto tiene que ser con el Control y el Alt, que es como se ven a aquí todas las cosas. Vamos a ello: dedo meñique para el Control, el corazón para el Alt, con el índice ¿qué hago con el índice? No sé, voy a probar dándole al tabulador. Y con la mano derecha lo intentaré con los efe, que a mí siempre me ha picado mucho la curiosidad por saber para que sirven tantas efes ¡la leche! Si parece que estoy en una clase autodidacta de piano, pero la cosa es que lo hago como si me estuviesen guiando.
¡Ahí! Ahí está de nuevo la gorda y su marido y el pelirrojo que tienen por hijo, están hablando, será cuestión de conectar los bafles. Se van, se dirigen a la puerta y se van los tres y yo sin enterarme de nada. Sigo, F2, ¡anda! Ahora tenemos en pantalla a mi vecino el de los buenos días charlando con la de la coleta y el uniformado, justo en el sitio donde ya me los encontré antes. ¿Por qué no se escucha esto? Me voy a la cocina a preparar algo de comer o beber, porque no hay manera de encontrar la clave de todo este lío que anda a mi alrededor, con la caló que está haciendo. ¿Me llaman? ¿He escuchado yo mi nombre salir de algún sitio? Lo que me faltaba, alucinaciones. ¿A que hora cerrarán el cortinglés? Mi vecino está en primer plano en la pantalla y me mira fijamente, algo me va a decir. Que baje con él a tomarme una copa, que está ahí con unos amigos. ¿Qué hago? ¿Contesto o me hago el sueco? Ahora parece que ya funciona el ratón. ¿Y estas ventanas? Yo no había visto esto antes en una pantalla. ¿A que va a ser de la web que estaba visitando? Lo dicho, aquí aparecen los tres escenarios que he pisado hace unos minutos. Como tengo al vecino minimizado, voy a pinchar ahora en la ventanita de la frutera, que a lo mejor también puedo hablar con ella. ¡Digo, ahí está! Y está mirando por su terraza a la calle y se ve ni más ni menos que lo que ella decía: la de las bolas de fuego. ¿Y si yo miro ahora por mi ventana, que veré? Lo que me imaginaba: lo mismo que la frutera. Pincho en la ventanita de la señora madre del pelirrojo y... ¡voilá!...están cenando los tres tan ricamente. Miro por mi ventana – la auténtica – y ¿qué veo?, los de los petardos haciendo volar la papelera, eso si, para que no falte ningún detalle, el pelirrojo no aparece ahora en escena ¡claro! ¡Como está comiendo! ¡No!, si aquí está todo muy bien pensado. Yo me acuesto del tirón, me encierro en la habitación y ahí que se pudran todos; en la editorial que esperen unos días, porque con este ambiente no hay forma de concentrarse en el libro de relatos que me encargaron.

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