10 Después del mal día que tuvimos ayer por la oficina, hoy se ha presentado Don José y ha dicho que hoy toca; o sea, que si nadie ha respondido al provocador poema del lunes pasado, da igual, esto es así y hay que seguir insistiendo. Así que sin más dilación, me pongo a la tarea de colgar el segundo de los encargos del jefe para esta santa casa:
Cuentas de Navidad (1)
Sevilla, a veintiuno de diciembre de dos mil cinco; o sea, un día antes de que se juegue la lotería.
La lotería, esa cosa prima hermana de la casualidad, porque no me negaran ustedes que tiene mucho de casual, que salgan las cinco bolitas justas que tienen que salir, y además en el mismo orden que el de ese ridículo papel de setenta y siete centímetros cuadrados, con esa grotesca conmemoración del día del inmigrante. Y a mí qué leche me importa el inmigrante, para tener que recordármelo hasta en esa mijita de papel coloreado, y además seguro que será hasta ilegal, el inmigrante, claro, el papel espero que sea legal, después del trabajo que me ha costado agacharme para recogerlo del suelo, que hasta me he tenido que hincar de rodillas, porque el maldito se había metido en la rendija del desagüe, dispuesto a hacerme la puñeta.
En cuanto lo vi volar de la cartera de aquel barbudo, no le perdí ojo en ningún momento, para eso estaba yo allí puesto, espalda con espalda, de la farola, al lado de la frutería, diez pasos más allá de la oficina del bonoloto. Es que no falla, con las prisas, los nervios, las supersticiones y la hora en el culo para llegar a no sé que sitio. ¿Por qué andará siempre la gente correteando como las hormigas de un lado para otro?
Pues eso, lo vi como revoloteaba como si fuera una mariposa por el mes de mayo; suave y lenta fue llegando hasta los almendrados adoquines de la acera, para caer boca abajo – supongo que para llamar menos la atención –, y de milagro sin llegar a tocar ninguno de los excrementos caninos, que en distintos grados de dureza se encontraban en el acerado. Yo como profesional que soy en estos menesteres, seguía junto a mi farola pendiente, eso si, de los ojos de todo ser humano que se encontraba próximo a la escena. ¡Nada!, cada cual estaba en lo que estaba y por fortuna, nadie se había fijado en el vuelo sincronizado de aquel trozo de papel de cinco dígitos, que en breves momentos iba a pasar a mí poder, que para eso uno es lo suficientemente profesional.
De su dueño anterior ya ni me acuerdo de la cara, lo único que le deseo – que uno también tiene su corazoncito – es que no se hubiese fijado en el número del décimo, por lo demás cabreo más o menos. Al fin y al cabo, qué perdía ¿veinte euros? Vaya usted a saber. Lo más seguro es que fuese compartido con la peña, con lo cual a la hora de hacer las cuentas ( seguro que ni sabían que número jugaban ), iban a tocar a una minucia, y a mí, si las bolitas se portan como se tienen que portar, me va a sacar de esta miserable vida de andar de farola en farola, que no sé ya en que administración ponerme, para que nadie desconfíe.
.../... Continúa
1. On diciembre 3rd, 2008 at 23:14 e cornelioallighieri Says:
ResponderEliminarBueno bueno, menudo truhán. Veremos si le toca la lotería y le estropea la vida al barbudo o no. :P
Un saludete